Mi único viaje largo ha sido a Japón. Era uno de mis sueños de la infancia-adolescencia, de hecho es el único que he llegado a cumplir. De adolescente soñaba con viajar por todo el mundo. Tenía un calendario del lidl con postales de todas partes que tenía colgadas en el corcho de mi habitación. Quería ir a Nueva Zelanda, a la India, a Tailandia, a Kenia… Pero a los quince años principalmente quería ir a Tokio y a Nueva York.
Crecí viendo anime, con Yu Yu Hakusho, Fushigi Yugi, Utena, Ojomajo Doremi, Detective Conan… K3 era mi religión. Me tragaba todos los que echaban, si bien es cierto que recuerdo entre poco y nada de Sailor Moon y nunca he visto Dragon Ball. A los 15 años tenía clarísimo que quería ir, quería estudiar japonés y estaba enganchada a los vlogs de la vida en Japón en YouTube.

Así que un día de abril cogí tres aviones con mis amigas y nos plantamos en Japón. Anécdotas hay muchas y creo que podría hablar largo y tendido de mis impresiones de este país, pero hoy nos centraremos en la aventura de una búsqueda a contrarreloj por un fallo de cálculo.

Mi mejor amiga creció con Kirby. Le encanta Kirby. Tiene mil Kirby repartidos en su despacho. En Japón quería EL Kirby. Pensando que podría conseguirlo en Universal Studios no se lo compró en Tokio y su reacción cuando vio que allí sólo había cosas de Mario era algo tal así:

Que sí, que es un problema del primer mundo, pero cada persona tiene sus ilusiones y a ella le hacía ilusión tener lo que llamaba «Kirby Gordo» sin terminar de pensar en cómo lo metería en la maleta, pero eso es otro tema. En Japón iba con cuidado con las proporciones de lo que compraba para no preocuparme por ese tema. ¿Que me pille peluches de Pokémon? Obviamente, pero tamaño mini.
Nos quedaban dos días en Osaka y en Japón antes de volver a casa y mi mejor amiga no tenía su Kirby. Callejeando por Osaka encontró uno, pero no tan grande como quería.
Así que nos plantamos en el último día y Caterina no tenía su Kirby gigante. Callejeamos un poco y entramos en uno de estos locales con máquinas con ganchos. ¿Y qué había dentro de una de esas máquinas que están trucadísimas? UN KIRBY. Así que su novio decidió darle al gancho y viciarse para intentar sacarlo. Empezó a echar monedas de cien yenes. Lo cogía, pero el gancho no aguantaba. Se acercaba al agujero, pero no aguantaba lo suficiente como para conseguirlo. Spoiler: Este intento salió mal, fatal. No lo sacó de ahí, pero no perdimos la esperanza. Al menos no del todo.
Volvimos a la calle a disfrutar de nuestro último día en Japón. Pero claro, Tokio no es el único sitio petado de locales con maquinitas y caminando otra vez por Osaka, lo vimos. EL KIRBY. Más grande y bonito que el del otro sitio. Así que el novio volvió a la acción. A meter monedas como un poseso porque se había picado. Evidentemente, nosotras estábamos mirando el espectáculo, porque era un verdadero espectáculo ver como lo cogía, pero cuando llegaba arriba se desenganchaba como en el otro local.

Estuvimos ahí un buen rato y cuando habíamos perdido toda la fe se nos acercó una chica que trabajaba allí y me preguntó: «Assistance?» y contesté con toda la seguridad del mundo un «YES», porque ese Kirby tenía que salir de allí. Kirby tenía que ser libre para poder terminar aplastado en una maleta con dos Flareon gigantes y llegar hasta Mallorca.

La chica abrió la máquina. Movió el Kirby muy estratégicamente. Ramon lo sacó al segundo intento y el Kirby se vino a Mallorca.
He buscado y preguntado si alguien tenía fotos del momento Kirby, pero por desgracia no hay nada para ilustrar esto. Estábamos todas demasiado ocupadas y entretenidas viendo el proceso de liberar a Kirby. En eso consiste vivir y disfrutar el momento, ¿no? Olvidarse de los teléfonos y de todo lo que pasa a tu alrededor.

A veces se me hace raro pensar que he estado en Japón, que me he tirado un montón de horas en aviones y aeropuertos para llegar. ¿Que da pereza todo el proceso de llegar? Sí, pero una vez estás allí y si estás con amigos pasan cosas de estas. Que os juntáis y veis como uno intenta sacar un Kirby gigante de una máquina con gancho y probablemente se deja más dinero en el juego de lo que cuesta el dichoso peluche.
Este viaje dejó más anécdotas, como cuando nos equivocamos de camino en Kioto y terminamos subiendo una montaña. ¿Lo gracioso? No íbamos en chándal y no vimos monos agresivos, pero sí encontramos fans españoles de Sanderson, que firmaron en un libro de visitas junto a una cascada «Viaje antes que destino». Aunque para hablar de Japón, he de decir que el viaje lo hago para llegar al destino.
