Autor: mikkihacecosas

  • El arte de reinventarse

    El arte de reinventarse

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Qué trayectorias profesionales alternativas te has planteado o te interesan?

    La vida da muchas vueltas y está más que comprobado. Cuando empecé la carrera de Periodismo y Comunicación Audiovisual lo hice pensando en crear, escribir y rodar. Muchas expectativas, muchos sueños y buena hostia contra la pared, pero eso ya es otra historia.

    A veces no queda otra que reinventarse porque en esta vida hay que comer. He ido haciendo cosas relacionadas con esa parte más creativa y audiovisual. Me he desviado por el marketing digital, haciendo de Community Manager y también tengo mis pinitos dentro del diseño gráfico, haciendo Flyers, cartas, invitaciones, tarjetas de visita… Chica para todo, supongo.

    Ahora me reinvento. Otra vez. Y sé que me volveré a enfrentar al mismo problema: No me contratan porque no tengo la suficiente experiencia y no la tengo porque no me contratan. Un pez que se muerde la cola, sí. ¿Cómo lo hago? ¿Tengo proyectos? Sí y los incluyo, pero parece que no son suficientes. Una hace lo que puede con lo que tiene y con las circunstancias que le han tocado.

    En marzo empecé el máster en formación del profesorado para, como bien dice el nombre y valga la redundancia, ser profe. Llevo planteándomelo prácticamente toda la vida y no llegaba a dar el paso. Mi madre me había insistido, en muchas ocasiones, que me metiera a profe. También pretendía que lo hiciera cuando empeoró, pero ni me lo planteé.

    Así que esperé y esperé, porque no era mi plan A. Continué con mis cosas de Community manager y trabajé un tiempo en una floristería, que se dedicaba sobre todo a la decoración de bodas y eventos. La putada es que me pillaba lejos. Fue una buena experiencia, todo se diga. Pero en la vida pasan cosas, supongo. *ejem, depresión*.

    Este verano he estado tocando el audiovisual otra vez, respirándolo, sintiéndolo y me ha hecho sentir un poco más viva. Siento que he quitado todo el óxido que tenía y que soy capaz de volver a empezar. Pero volvemos a lo que está en negrita (No me contratan porque no tengo la suficiente experiencia y no la tengo porque no me contratan) con una dificultad añadida: Los contactos y la ubicación.

    Feliz de volver a rodar, sí.

    En los cursos he conocido gente, no os voy a mentir. Pero se viene OTRO PROBLEMA. Los cursos los he hecho en Alicante. Ahora estoy en Mallorca, atada por las prácticas y las circunstancias de la vida (el alquiler en Alicante está por las nubes). No me van a llamar porque, repito, estoy en Mallorca y antes avisarán a alguien que esté allí. O eso o que no soy lo suficientemente buena para que lo hagan. Estaría guapo esto de que me dieran una oportunidad para demostrar que puedo con ello.

    Pero a lo que iba, que me enrollo más que una persiana. Ahora ya estoy de prácticas en un cole concertado cerca de mi casa y aunque no haya terminado de entrar en este mundo, estoy con otra cosa. Otro gusanillo tengo. Porque Mikki no puede tener el culo quieto.

    ¿Es útil el máster de profesorado? No. Tengo la sensación de que no he aprendido absolutamente nada.

    ¿Te enseña a enseñar? Muy poco.

    ¿Tengo una asignatura que se llama diseño de programaciones didácticas y aún no voy por el camino de saber hacer una? Correcto. Ni programaciones ni unidades. Bonus track: El temario está desactualizado, aún habla de la LOMCE.

    ¿Por qué lo hago? Porque es habilitante y lo necesito para poder dar clase.

    ¿Tengo vocación? Sí, la verdad es que sí. De pequeña ya decía que quería ser profe, pero decía que universitaria, no secundaria. Mi yo de pequeña tampoco sabía lo chungo que era entrar de profe, al menos en universidades públicas.

    La cuestión, llevo desde septiembre aprendiendo a programar con renpy, tipo visual novel. Así que decidí hacer un videojuego como TFM para enseñar historia medieval. Yo que no había programado absolutamente nada desde la asignatura de tecnología en cuarto de la ESO que hicimos una web HTML… Y ahora me he metido en programar con código con el renpy. Y me ha picado el gusanillo. Me está gustando la experiencia, aunque suelo terminar el día un poco saturada, y me gustaría controlarlo más.

    Un poco de código.

    Me complico la vida, pero la verdad es que hacer cosas creativas me llena. Para los de primero de la ESO he hecho un mapa interactivo para que puedan ubicar lo que están estudiando: ríos, mares y sistemas montañosos del mundo. Quiero pensar que puedo aportar algo en la educación de los chavales, así que por eso soy profe (en prácticas).

    ¿Sabéis la putada? Siento que una ia terminará reemplazando mi potencial trabajo. Programación, escritura, diseño, marketing… Al menos de profe sé que no. Por ahora.

  • El cáncer de mama y mi madre

    El cáncer de mama y mi madre

    Hoy es 19 de octubre, Día Mundial contra el Cáncer de Mama. Todo se llena de lacitos de color de rosa y se habla de luchas y batallas contra el cáncer.

    La gente comparte infografías de color rosa y dibujos bonitos y mensajes para la concienciación, haciendo una llamada colectiva en la importancia de la autoexploración y la detección precoz del cáncer de mama. Pero no enseñan un pecho real, no sea cosa que sea obsceno y provocador, porque el pecho femenino siempre está sexualizado.

    Este tipo de cáncer afecta mayoritariamente a las mujeres, de hecho es la primera causa de muerte por cáncer en España, por delante del colorrectal y de pulmón, pero también es uno de los que hay más tasa de supervivencia si se detecta de forma temprana. La incidencia en hombres es muy baja (alrededor del 1% del total de diagnósticos) en comparación. Según la AECC, en 2024 se diagnosticaron 25.875 casos de cáncer de mama en España.

    Mi madre es una de las 6.518 mujeres que murieron en 2023 a consecuencia de un cáncer de mama.

    Mi madre es una de las 6.518 mujeres (INE) que murieron en 2023 por cáncer de mama . En dos días hará dos años que se fue y creo que es un buen momento para contar su historia.

    Mi madre probándose pelucas.

    Cuando recuerdo el proceso me doy cuenta que hay partes que tengo un tanto borrosas. Los tiempos se diluyen porque parece que pasó poco y mucho tiempo a la vez. Fueron tiempos raros y con la pandemia de por medio.

    El cáncer es miedo. Miedo a lo que vendrá. Miedo a ir al oncólogo. Miedo a los resultados de las pruebas. Miedo a que la medicación sea demasiado fuerte. Miedo para los pacientes, pero también para los familiares.


    El final del confinamiento y el principio del cáncer

    A mi madre le diagnosticaron un cáncer de mama en agosto de 2020. No era uno de los «normales», sino que era inflamatorio, lo que complicaba un poco las cosas. Antes del confinamiento se había hecho una eco y le habían dicho que tenía «líquido», que podía empezar a salir solo o sino se lo tendrían que sacar. Llegó el confinamiento y a principios de verano empezaron las pruebas, prácticamente a escondidas para no preocupar a nadie, porque el pecho se estaba poniendo feo.

    El cáncer de mama inflamatorio representa entre el 2% y el 6% del total de casos de cáncer de mama.

    La incidencia de este tipo de cáncer representa entre el 2% y 6% del total de casos de cáncer de mama, según el MD Anderson Cancer Center de Madrid. ¿El problema? El diagnóstico. Cuando se produce suele estar extendido a otras partes del cuerpo. En el caso de mi madre fue agresivo, pero a la vez no tanto. ¿Por qué? Porque aguantó con relativamente buena calidad de vida alrededor de tres años.

    El protocolo era el siguiente: cuatro sesiones de quimioterapia con un fármaco y doce más cortitas con otro fármaco. Después la idea era valorar la evolución y operar. En ese momento tomé la decisión de quedarme en Mallorca para acompañarla en ese proceso. Un proceso del que todos pensamos que saldría. Pero no.

    En septiembre del 2020 empezó la quimio con una úlcera en el pecho, del propio cáncer, que precisaba curas diarias al principio. Ella no quería enseñármelo y entiendo el motivo porque las cosas como son: el primer vistazo fue el que más me impresionó. Después de eso quedé un poco curada de espanto.

    La caída del pelo la llevó bien. Tanto ella como yo pensamos que nos chocaría, que nos impactaría, pero la verdad es que no. También se fue cortando el pelo de forma progresiva. Dejó atrás la melena para cortárselo a la altura de los hombros. Después se lo cortó un poco dos veces más hasta que llegó el punto de raparse porque no quedaba otra. Nos habíamos preparado. Habíamos ido a una tienda de pelucas a comprar una y también tenía varios pañuelos y gorritos. Verla rapada no me impresionó y a ella tampoco. Utilizaba la peluca para salir de casa, pero dentro siempre llevaba un gorro.

    Inició la quimio sin los resultados del PET-TAC y cuando nos los dieron fue un jarro de agua fría. Metástasis por aquí y por allá. En los ganglios linfáticos y en los huesos. Pero no fue el único shock, porque el cáncer al poco de empezar el tratamiento atacó al otro pecho, pero de otra forma, sin inflamar. Así que priorizaron terminar la quimioterapia y la derivaron a Son Espases para que le dieran un fármaco hospitalario, el ibrance o palbociclib, que tomaba junto al arosamil o exemestado, un tratamiento hormonal.

    Estuvo un tiempo con ese tratamiento, pero había señales de que no funcionaba. Mi madre lo decía, lo repetía, pero la oncóloga no le hacía mucho caso, se miraba justo el historial e incluso despreciaba los informes de otros médicos que sí se preocuparon por ella. Durante unos meses tuvo unos picores y una sintomatología que el dermatólogo relacionó con la ingesta del ibrance. Explicó que podía ser lupus. Pero pasó totalmente del informe. En una de las visitas dijo que habían terminado todo los tratamientos porque ella era triple negativo (otra variedad del cáncer de mama), cosa que no era. En otra ocasión pasó del «no se puede operar» a «se puede operar» para después volver a «no se puede operar», enviándonos a la unidad de mama sin ninguna explicación. Fue un cuadro llegar allí, ver a las doctoras de la unidad reunidas y pensando que teníamos toda la información, que sabíamos por qué estábamos allí. Pero no.

    Con el tiempo mi mente ha olvidado o ha bloqueado ciertas cosas, pero lo que sí recuerdo es la indignación, la cara de mi madre y el sudor frío que nos entró cuando la oncóloga que, cambiaba constantemente de parecer, le dijo que «tanmateix no te curaràs». Que igualmente no se iba a curar. Con cierto paternalismo y con toda la frialdad del mundo. Como si estuviéramos haciéndole perder el tiempo.

    En la sala de espera de Son Espases.

    No es agradable de oir, ni como paciente ni como familiar. Es un hecho que sí, se tiene que decir. Hay enfermedades que pintan muy mal y hay muchas formas de decirlo. Pero aquí ni delicadeza ni tampoco seriedad. Lo podría excusar en «ha tenido un mal día» si no fuera porque en cada consulta parecía que la hacíamos perder el tiempo. Mi madre preguntaba, yo preguntaba. Me parece lícito cuando no se tiene ni puñetera idea de estos ámbitos. Ante la duda, se pregunta.

    Dicen que la actitud durante el tratamiento es fundamental y la verdad es que mi madre la tuvo durante todo el proceso, desde el primer diagnóstico. Solamente se desanimó en el último medio año, pero no le faltaban las ganas de luchar, de seguir adelante y de vivir. Mi madre se frustraba cuando veía que el cáncer iba a más y no le hacían caso, minimizaban lo que sentía. Ella decía una y otra vez «si no me lo viera, no diría nada, pero me lo veo».

    Cuando el cáncer botó a la piel, mi madre decía una y otra vez a la oncóloga: «si no me lo viera, no diría nada, pero me lo veo».

    Desde el primer diagnóstico acudía a psicooncología y hasta la psicóloga vio la endereza que tenía, aunque por otra parte mi madre era de esas personas que se preocupaba más por los demás que por ella misma. De hecho, el día de la primera biopsia le pedí que me prometiera que pensaría más en ella, tanto si salía bien la prueba como si no. Me dijo que sí, pero no lo llegó a cumplir del todo.

    En verano de 2021, el cáncer atacó a la piel y le empezaron a salir una especie de «bultos» alrededor del pecho y el escote. Le dieron tres tratamientos de radioterapia, pero no sería la última.


    La segunda opinión y tratamiento en el IVO

    Mi madre luchaba para tener el mejor tratamiento, para que le hicieran caso. Y lo hizo. En septiembre del 2021 pedimos una segunda opinión en el IVO. Mandamos todos los informes y tuvimos la cita por videollamada con un 10 de oncólogo que, desde un primer momento y sin conocerla de nada, tuvo toda la humanidad del mundo. La tranquilizó, contestó a todas sus preguntas, dudas y miedos. Hizo una serie de recomendaciones y un informe para que entregáramos a la oncóloga de Mallorca, pero la doctora no hizo nada. No quiso cambiar el tratamiento y pasó olímpicamente de la segunda opinión. Quería continuar con el mismo tratamiento cuando había señales de que había dejado de funcionar.

    Ahí fue cuando mi madre dejó de ir a Son Espases y pasó al Hospital de Manacor. La oncóloga del Hospital de Manacor era más delicada y le recomendó buscar un ensayo clínico en el IVO, que tenían. Estuvimos muy poco en Manacor, pero la atención fue buena y humana.

    Sala de espera del IVO.

    Desde marzo de 2022 a junio de 2023, nuestras vida estaban entre Mallorca y Valencia. Mi madre no quería estar mucho tiempo en Valencia por mi abuela y eran viajes express, casi siempre la acompañaba yo.

    Al principio le dieron una medicación con un tratamiento hormonal, pero su cuerpo no reaccionó bien y terminó ingresada por una neumonía provocada por el propio medicamento. Aún así, le dieron ánimos. Mientras había vida, había esperanza y no había agotado los tratamientos disponibles. A partir de ese momento le pusieron diferentes tipos de quimio, siempre con optimismo, diciendo que no había agotado todas las opciones.

    He de decir que la intentaron meter en ensayos clínicos en dos ocasiones. Firmó el papeleo y todo lo correspondiente, pero no llegó a entrar en ninguno porque no terminaba de ser compatible con lo que estudiaban.

    Durante ese año el cáncer se mantuvo más o menos estable. Remitió, volvió a atacar, cambiaron la quimio y así. La metástasis seguía en su sitio y, aunque la tenía en piel, ganglios y hueso, no había ido a más. Dentro de lo malo aquello era bueno. No se había extendido al sistema digestivo o a los pulmones y era de agradecer.

    Aguantó, hizo toda la vida normal que le dejaba la quimio y vivió ese año con relativamente buena calidad de vida, aunque a épocas seguía yendo a curas. A veces se sentía atrapada por la culpabilidad y no bajaba el ritmo. Seguía haciendo lo que se esperaba de ella y volvía a ponerse por debajo de las necesidades de los demás. No pensó tanto en ella como debería, aunque la psicooncóloga y yo se lo decíamos y se lo repetíamos.


    El principio del fin

    La atención del IVO fue buena desde el primer momento. Allí le dieron esperanza y, lo más importante, la escucharon. En marzo de 2023 mi madre se cayó. Parecía una caída tonta, sin importancia, las piernas le habían fallado y había terminado en el suelo. Pero el oncólogo escuchó y hubo algo que no le terminó de cuadrar. Pidió una resonancia de urgencia y fue el principio del fin: un carcinoma leptomeningeo. Le siguieron dando quimioterapia y le pusieron radioterapia para intentar pararlo. Nos aconsejaron viajar con barco y evitar el avión por los cambios de presión. Así que a partir de ese momento cogimos el barco.

    Verano de 2023 fue el peor de toda mi vida con diferencia. Pensaba que el verano que había muerto mi abuelo fue terrible, pero fue un paseo en comparación a lo de ese año.

    Junio. Dos días antes de ir a Valencia por el tratamiento mi madre tuvo un episodio. Estaba rara, un poco en bucle y con las pulsaciones por las nubes. No quiso ir a urgencias por si la dejaban ingresada, quería ir al IVO porque allí se sentía escuchada. La noche antes de coger el barco, entró en bucle. No era ella. Estaba inquieta, muy inquieta y no dejó dormir a nadie. Quería estar conmigo y mi padre le decía que estaba durmiendo, que descansara ella también, pero no le hacía caso.

    Por la mañana estaba todavía más inquieta, pero empeoró cuando llegamos al barco. Fueron ocho horas de travesía de auténtica ansiedad. Estaba en bucle, angustiada, no era ella. No paraba de decir que quería ir al IVO, que por favor la ayudáramos, que necesitaba ir al IVO. Por mucho mi padre y yo le explicáramos que estábamos en un barco en camino a Valencia, no lograba entenderlo, no lo asimilaba.

    Fueron ocho horas de viaje de auténtica pesadilla. Era frustrante verla así, sin poder hacer nada, en medio del mar y sin personal sanitario a bordo. Cuando estábamos llegando al puerto había una especie de atasco y tardamos más en atracar de lo previsto. Así que fui al mostrador, donde estaba la recepción, y les pedí por favor que llamaran una ambulancia. No sabía qué hacer, estaba preocupada, agotada mentalmente y con unas ganas horrorosas de llorar.

    La ambulancia nos recogió y nos llevaron directamente al IVO, donde la dejaron ingresada. Allí ya nos dijeron que lo sentían mucho, pero que no había nada qué hacer. Que podía ser cuestión de días o de meses. El mundo se me cayó encima. Había pasado de estar bien a estar en bucle. La semana anterior había conducido, estaba bien y hasta habíamos discutido por una tontería en el Alcampo.

    Durante esa semana pensé que ya estaba, que la perdía. Tuvo un desmayo con convulsiones y allí sí que entré en pánico. Recuerdo salir corriendo al pasillo para buscar a alguien porque no sabía qué hacer y en un momento la habitación se llenó de gente. Esperé fuera con mi padre, llorando a moco tendido, esperando lo peor. Al rato vino la enfermera y nos tranquilizó, estaba bien, estable.

    En uno de los viajes en metro a casa de mi abuela, la paterna, me puse a leer y a buscar en internet el tipo de metástasis que tenía mi madre: carcinoma leptomeningeo. Normalmente me leía todos los informes y si había algún palabro que no entendía empezaba a buscar en Google. Pero no sé por que, pero después de la resonancia no busqué lo que era cada cosa. Me había quedado con el dato de que ahora la metástasis estaba en el cerebro y no había ido más allá. Quizás me hubiera preparado más.

    El carcinoma leptomeningeo es una metástasis que afecta a las leptomeninges, que son las capas internas de las meninges y tiene muy mal pronóstico. Se diagnostica entre el 5% y 8% de los casos de cáncer, aunque sucede principalmente en los de mama, pulmón o melanoma.

    El carcinoma leptomeningeo afecta entre el 5% y el 8% de los casos de cáncer y sin tratamiento la tasa de supervivencia es de entre 4 y 8 semanas.

    Así que no sólo había tenido el cáncer raro y minoritario, sino que la última metástasis era rara y jodida, con una supervivencia bajísima. ¿Con tratamiento? Entre 3 y 6 meses. ¿Sin tratamiento? Entre 4 y 8 semanas. Los datos los saco y los saqué de aquí en su momento, entre otras páginas de Google. Para que os hagáis una idea, mi madre estuvo abril, mayo y junio con tratamiento, pero después de la última quimio en Valencia ya no le pusieron más y pasó a paliativos hasta octubre.

    Cuando mi madre se estabilizó, el oncólogo nos cogió a mi padre y a mí y nos dijo que si queríamos llevárnosla a Mallorca ese era el momento. Estaba estable y realmente no había forma de prever lo que iba a pasar, al menos a corto plazo.

    El viaje de Valencia a Mallorca lo recuerdo tan angustioso como el de ida, pero no porque mi madre estuviera en bucle, sino porque estaba aterrorizada. No dormí esa noche. Me daba miedo que tuviera otra vez un episodio de convulsiones, me sentía desprotegida en medio del mar. Marta, una de mis primas, vino al hospital y me intentó tranquilizar. Me explicó cómo tenía que actuar si le volvía a pasar.

    Cuando llegamos nos encontramos con el panorama de que mi abuela se había puesto a llamar a media familiar y a decir que mi madre se estaba muriendo. Y empezaron las visitas cuando lo único que quería era echarme una siesta porque no había dormido una mierda.


    El último verano

    La rutina de ese verano se basaba en: abrir la puerta a servicios sociales, que aseaban a mi madre, preparar las curas, el desayuno y las pastillas, poner la lavadora, salir un momento a tomar con ellas, ir a la farmacia o al supermercado y preparar algo rápido para comer. La familia cercana, que espero que se sienta identificada, me ayudaba como podía. Me traían tuppers de comida o se quedaban en casa para que yo pudiera salir.

    En el IVO le recetaron un poco de todo. Para las náuseas, para el picor, para el dolor, para las convulsiones… Y corticoides, que le ayudaron a volver a ser ella, al menos un poco. Podía hablar con ella otra vez. Durante el primer mes mejoró, parecía que no estaba tan mal como nos habían dicho en el IVO. Se levantaba de la butaca e incluso ayudaba en la cocina. Hablaba, era ella. Supongo que por eso la hostia fue más dura.

    Pero la alegría duró poco. Pronto empezaron las visitas del ESAD y también el dolor. Al principio mi madre no quería tomar nada para el dolor, como mucho un paracetamol, pero con el paso de los días empezó a necesitar algo más fuerte. Pasamos por el tramadol y el enantyum, pero se negó en todo momento a tomar morfina. Empezó a costarle respirar y también andar, no podía hacerlo ni con caminadores, a tener alucinaciones, veía a gente que no estaba allí.

    Y llegó la pregunta: ¿Quieres que tu madre muera en casa? Había ido a la doctora de atención primaria por el azúcar. Con la cortisona le había subido el azúcar y nos habíamos estado preocupando. Allí, la doctora me cogió y me lo dijo. Si no quería que muriera en casa, era hora de ir al hospital.

    Hace dos años, tal día como hoy, estaba en Sant Joan de Déu en Inca, acompañando a mi madre en sus últimos días. Me aferraba a la esperanza, aunque no sé a qué. Sabía que ir al hospital significaba el fin, pero no me esperaba que fuera tan rápido.

    También hace dos años empecé a escribir por aquí para intentar exteriorizar lo que sentía.

    El 21 por la tarde el médico que estaba de guardia tomó la decisión de empezar con la morfina. No era una posibilidad, era una realidad. He estado mucho tiempo martirizándome por la morfina. Sólo le pusieron una bolsa, que no llegó a terminar. Mi madre no quería eso, no quería que la sedaran, aunque me dijeran que no era una sedación per se, sino para paliar el dolor, lo parecía. Lo único que quería era respetar su voluntad y sus decisiones, aunque en ese punto no fuera ella misma y divagara y no hablara.

    Lo último que me dijo fue «au, venga». Fueron las últimas palabras que me soltó, porque cuando empezaron a darle morfina ya no volvió a hablar.

    El 21 de septiembre por la noche mi madre se fue. Tenía 56 años. Intentó hacer todo lo que estaba en su mano para estar bien, sana, buscó segundas opiniones y se puso todos los tratamientos que le dieron. Se cuidó. Nunca fumó ni bebió gota de alcohol y comía sano. Tenía menos papeletas, pero aún así le tocó.

    Agradezco de todo corazón a los profesionales que hicieron sentir bien a mi madre, que la escucharon y la trataron como una persona. Agradezco la humanidad del IVO y de Sant Joan de Déu. No he vuelto al lugar donde le hacían las curas, no he sido capaz. Seguro que me dejo datos y cosas, pero ahora mismo no llego a más.

    Y esto es una forma de contar su historia. No me he visto capaz de escribirla hasta ahora. Durante el primer año pensé que llevaba bien el duelo sin haberlo empezado realmente. No fue hasta finales del 2024 que empecé a sacarlo todo de dentro, porque, como mi madre se había ido y ella era el pilar de la familia, estaba cogiendo su sitio y yo no soy ella. Por mucho que le duela a mi abuela, a mi padre, a mi familia, yo no soy mi madre y nunca lo seré. Ella tampoco quería que lo fuera, quería que fuera yo y que no tomara las mismas decisiones que ella.

    Hay muchísimas cosas en las que nos parecemos, más de lo que pensaba. Yendo a terapia me doy cuenta de que hay muchos comportamientos y formas de ver las cosas y de sentirlas que he interiorizado son suyos. Mi psicóloga me dice que cada proceso de duelo es diferente y que no piense en los tiempos porque he empezado tarde y esto no es matemático, sobre todo cuando he pasado por tanto. ¿O acaso hay un tiempo establecido para superar la muerte de una madre?

    Me cuesta ir al cementerio y de cada vez me cuesta más y me pesa más. Sé que es parte del proceso y que debería normalizar la situación, pero son muchas cosas y cada cosa a su tiempo. Lo evito para evitar el ataque de ansiedad y las lágrimas. Hay prioridades y estoy segura de que mi madre se alegraría más de verme dando pasos hacia delante que de ir a dejar flores al cementerio. La semana pasada fui porque su padrino murió también de un cáncer. ¿Me costó? Demasiado. Porque volví a revivir muchas cosas. Con la psicóloga he hablado largo y tendido de este tema porque había una parte de culpabilidad que no podía quitarme de encima. De no haber estado más tiempo, de no haber ido al funeral, de no haber ido más veces a visitarlo

    ¿Estoy bien? A ratos. Y parece que porque voy a terapia y estoy siendo funcional todos mis problemas están solucionados y el duelo más que superado. Que eh, tengo que estar bien, super funcional, todo superado, tengo que poner buena cara y hacerme la fuerte. Cuando he estado demasiado tiempo haciéndome la fuerte y poniendo buena cara a todo.

    No avanzo al ritmo que se espera, se ve que estoy mal porque quiero o que utilizo el dolor como excusa. Y bueno, mi respuesta es que una hace lo que puede con lo que tiene. No recomiendo la experiencia de paralizar tu vida durante tres años para estar pendiente de tu madre y ver como va empeorando poco a poco. Me gustaría estar bien del todo, sin pesadillas y sin ataques de ansiedad. También me gustaría que mi madre estuviera viva.

    A estas alturas de la vida sigo trabajando en mí, intentando reconstruir mi vida después de haber perdido a la persona más importante del mundo. Estoy intentando salir adelante y dejar de tener la sensación de que «no es para tanto» cuando sí lo es.

    He huido del dolor y sigo haciéndolo. No es agradable y cuesta horrores enfrentarse a la realidad, al pensamiento de que ya no está y al salir del piloto automático del que no me he conseguido deshacer.

    Poc a poc i bona lletra, supongo.

    Au, venga.

    Mi madre y yo en Florencia, en 2019. Cuando sueño con ella lo hago así: con su melena y su sonrisa. Nada de pelo corto, nada de gorritos, nada de pelucas ni de pelo rapado.
  • Misión: Liberar a Kirby en Japón

    Misión: Liberar a Kirby en Japón

    Sugerencia de escritura del día
    Cuenta alguna anécdota del viaje más lejano que hayas hecho.

    Mi único viaje largo ha sido a Japón. Era uno de mis sueños de la infancia-adolescencia, de hecho es el único que he llegado a cumplir. De adolescente soñaba con viajar por todo el mundo. Tenía un calendario del lidl con postales de todas partes que tenía colgadas en el corcho de mi habitación. Quería ir a Nueva Zelanda, a la India, a Tailandia, a Kenia… Pero a los quince años principalmente quería ir a Tokio y a Nueva York.

    Crecí viendo anime, con Yu Yu Hakusho, Fushigi Yugi, Utena, Ojomajo Doremi, Detective Conan… K3 era mi religión. Me tragaba todos los que echaban, si bien es cierto que recuerdo entre poco y nada de Sailor Moon y nunca he visto Dragon Ball. A los 15 años tenía clarísimo que quería ir, quería estudiar japonés y estaba enganchada a los vlogs de la vida en Japón en YouTube.

    Así que un día de abril cogí tres aviones con mis amigas y nos plantamos en Japón. Anécdotas hay muchas y creo que podría hablar largo y tendido de mis impresiones de este país, pero hoy nos centraremos en la aventura de una búsqueda a contrarreloj por un fallo de cálculo.

    Mi mejor amiga creció con Kirby. Le encanta Kirby. Tiene mil Kirby repartidos en su despacho. En Japón quería EL Kirby. Pensando que podría conseguirlo en Universal Studios no se lo compró en Tokio y su reacción cuando vio que allí sólo había cosas de Mario era algo tal así:

    Que sí, que es un problema del primer mundo, pero cada persona tiene sus ilusiones y a ella le hacía ilusión tener lo que llamaba «Kirby Gordo» sin terminar de pensar en cómo lo metería en la maleta, pero eso es otro tema. En Japón iba con cuidado con las proporciones de lo que compraba para no preocuparme por ese tema. ¿Que me pille peluches de Pokémon? Obviamente, pero tamaño mini.

    Nos quedaban dos días en Osaka y en Japón antes de volver a casa y mi mejor amiga no tenía su Kirby. Callejeando por Osaka encontró uno, pero no tan grande como quería.

    Así que nos plantamos en el último día y Caterina no tenía su Kirby gigante. Callejeamos un poco y entramos en uno de estos locales con máquinas con ganchos. ¿Y qué había dentro de una de esas máquinas que están trucadísimas? UN KIRBY. Así que su novio decidió darle al gancho y viciarse para intentar sacarlo. Empezó a echar monedas de cien yenes. Lo cogía, pero el gancho no aguantaba. Se acercaba al agujero, pero no aguantaba lo suficiente como para conseguirlo. Spoiler: Este intento salió mal, fatal. No lo sacó de ahí, pero no perdimos la esperanza. Al menos no del todo.

    Volvimos a la calle a disfrutar de nuestro último día en Japón. Pero claro, Tokio no es el único sitio petado de locales con maquinitas y caminando otra vez por Osaka, lo vimos. EL KIRBY. Más grande y bonito que el del otro sitio. Así que el novio volvió a la acción. A meter monedas como un poseso porque se había picado. Evidentemente, nosotras estábamos mirando el espectáculo, porque era un verdadero espectáculo ver como lo cogía, pero cuando llegaba arriba se desenganchaba como en el otro local.

    Estuvimos ahí un buen rato y cuando habíamos perdido toda la fe se nos acercó una chica que trabajaba allí y me preguntó: «Assistance?» y contesté con toda la seguridad del mundo un «YES», porque ese Kirby tenía que salir de allí. Kirby tenía que ser libre para poder terminar aplastado en una maleta con dos Flareon gigantes y llegar hasta Mallorca.

    Kirby en Mallorca.

    La chica abrió la máquina. Movió el Kirby muy estratégicamente. Ramon lo sacó al segundo intento y el Kirby se vino a Mallorca.

    He buscado y preguntado si alguien tenía fotos del momento Kirby, pero por desgracia no hay nada para ilustrar esto. Estábamos todas demasiado ocupadas y entretenidas viendo el proceso de liberar a Kirby. En eso consiste vivir y disfrutar el momento, ¿no? Olvidarse de los teléfonos y de todo lo que pasa a tu alrededor.

    En la maleta más tocho estaba el Kirby, acompañado de dos Flareon gigantes y más fritadas.

    A veces se me hace raro pensar que he estado en Japón, que me he tirado un montón de horas en aviones y aeropuertos para llegar. ¿Que da pereza todo el proceso de llegar? Sí, pero una vez estás allí y si estás con amigos pasan cosas de estas. Que os juntáis y veis como uno intenta sacar un Kirby gigante de una máquina con gancho y probablemente se deja más dinero en el juego de lo que cuesta el dichoso peluche.

    Este viaje dejó más anécdotas, como cuando nos equivocamos de camino en Kioto y terminamos subiendo una montaña. ¿Lo gracioso? No íbamos en chándal y no vimos monos agresivos, pero sí encontramos fans españoles de Sanderson, que firmaron en un libro de visitas junto a una cascada «Viaje antes que destino». Aunque para hablar de Japón, he de decir que el viaje lo hago para llegar al destino.

  • Tener un blog en 2025

    Tener un blog en 2025

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Por qué tienes un blog?

    ¿Por qué tengo un blog en 2025 en una época marcada por los vídeos de menos de 30 segundos? ¿Por qué tengo un blog cuando la gente ya no lee? ¿Me creo que estoy en 2010?

    ¿Por qué escribo? ¿Es la pregunta del millón? Es la pregunta del millón.

    La respuesta sencilla es que me gusta escribir. Desde hace años voy con libreta a todas partes (a lo mejor se me ha ido de las manos eso de tener libretas monas) y a través del blog puedo compartir lo que escribo con los demás, aunque me lean diez personas contadas. Sé lo que hay, dicen que los blogs están muertos, pero soy negacionista. Siento una nostalgia tremenda pensando en cómo iba internet hace diez-quince años. Esa época en la que se creaban blogs con WordPress o con Blogger, se escribía como si fuera un diario personal, lo compartían en Facebook y la gente lo leía. Tenía un Blogger allá en 2012 y escribía un poco de todo. Pensamientos, poemas, artículos de crítica social. Me creía que podía cambiar el mundo hablando sobre la huelga que hubo en educación por el TIL en Baleares o por exponer las carencias de la sanidad pública al ir mucho a urgencias con mi abuela.

    Tiempos aquellos, donde todo el mundo tenía blog, éramos idealistas y diría que no había tanto hate en Internet. Ahora la gente no tiene blogs, tiene podcast o es esclavo de subir contenido en TikTok.

    No me malinterpretéis, soy la primera enganchada a vlogs y paridas en TikTok, pero prefiero escribir a hacer vídeos (y mirad que me encanta editar vídeos, no tanto salir en ellos). Además que el algoritmo de TikTok es feroz, te obliga a publicar constantemente si quieres tener visibilidad.

    Ahora tengo este blog, donde escribo en castellano y un substack, donde intento escribir en inglés. Hay cosas que traduzco directamente (como el post del Pokémon Esmeralda o el de Skyrim) y otros que son inéditos por estos lares de WordPress. Lo del substack es para forzarme un poco a escribir y a mejorar mi comunicación en inglés.

    Este blog es un poco portfolio también y no pasa nada. Si no tengo experiencia, tendré que cogerla de alguna forma, aunque sea a través de esto, de mikki hace cosas. Mikki hace cosas y Mikki escribe cosas, aunque a veces se sienta como hablar con la pared.

    Muchas veces me pregunto si escribir por aquí me está sirviendo de algo y hasta qué punto escribo todo lo que quiero.
    Siento que no termino de encontrar el punto, que quiero hablar de historia, de cine y de viajes, aunque no sepa muy bien como conectarlo todo. Hace años tenía un Los Tres Anillos, un WordPress con unos amigos en el que hablaba de todo esto y era una forma de escribir e investigar sobre lo que me interesaba. El WordPress sigue existiendo, aunque está abandonado.

    También quiero hablar del duelo y de cómo lo llevo. No quiero pasarme con el oversharing. He borrado entradas y parece que no llevo tanto escribiendo, pero un día me entró el pánico pensando que me estaba pasando con el oversharing y simplemente empecé a borrar.

    No viene mal dar una experiencia sobre el duelo, aún teniendo en cuneta que realmente no sabes lo que es hasta que lo pasas. ¿Y qué es el duelo? Una gran mierda, porque ya de por sí perder a la persona que más quieres es una mierda y el proceso de aceptación y adaptación es más jodido de lo que parece, es de todo menos sencillo. Cada persona lo vive de una manera diferente. Hay personas a las que les funciona tirarlo todo para empezar de cero y a mí me cuesta deshacerme de cosas que eran de mi madre. Hay gente que se tira los primeros meses llorando y yo durante los primeros meses seguí con el piloto automático y un poco disociada de la realidad. A mi padre le ha funcionado estudiar el estoicismo y aplicárselo, yo sigo con la teoría y también con psicología.

    No soy menos válida por ser transparente. Lo he pasado mal y lo sigo pasando mal, pero es lo que hay. Es evidente que todos nos iremos, más pronto o más tarde, y los que queden ya lidiarán con la pérdida como buenamente puedan. Me preocupa la falta de humanidad, la sensación de que tenemos que ser máquinas productivas las 24 horas del día o somos un fracaso.

    Resumiendo: Escribo un blog porque quiero y porque gusta escribir. Fin.

  • Eli Guez: «Don’t Blink es mi manera de intentar enseñar las virtudes del estoicismo y de la psicología

    Eli Guez: «Don’t Blink es mi manera de intentar enseñar las virtudes del estoicismo y de la psicología

    Sugerencia de escritura del día
    Entrevista a alguien, ya sea a un amigo, a otro bloguero, a tu madre o al cartero, y escribe una entrada con sus respuestas.

    Eli Guez (Nueva York, 1990) publicó hace casi un año su primer libro: Don’t Blink. Un libro escrito en inglés que habla de resiliencia, estoicismo y de superación personal a través de sus dos protagonistas.

    Más allá de las limitaciones percibidas de nuestra mente, se encuentra un mundo de pura libertad, donde todo es posible. Sogni: un paraíso donde los sueños se convierten en realidad. Markus y Carmen son dos almas perdidas en busca del sentido de la vida. Ambos se ven atraídos por la utopía virtual de Sogni. Entre sueño y realidad, deberán enfrentar sus miedos y descubrir que la clave del todo es el poder de cambiar. ¿Encontrarán la salvación en Sogni o se perderán por completo?

    Sinopsis de Don’t Blink, traducida al castellano.

    Háblame de tu libro, ¿de qué va Don’t Blink?

    De dos personas que escapan a un mundo virtual para evitar enfrentarse a su realidad, ambos tienen remordimientos que les pesan y no les dejan avanzar. Don’t Blink va de estar atrapado en el pasado, pensando en lo que hubiera sido tu vida, en vez de avanzar y crecer.

    ¿Qué destacarías de tu libro?

    Su estilo, la estructura y los cambios de perspectiva del narrador. Me parece original e innovador y sin que sea demasiado confuso. A veces hay autores que quieren romper el molde y al final es confuso.

    Si tuvieras que describir tu libro en una palabra, ¿cuál sería?

    Hostia, es buena pregunta. Cambio o crecimiento. Crecimiento más que cambio.

    ¿Por qué crecimiento y no cambio? ¿Por qué eliges una y no otra?

    Crecimiento me parece más positivo que cambio. Crecimiento no puede ser una palabra peyorativa, pero cambio sí.

    ¿Cómo surgió la idea de escribir Don’t Blink?

    Hace diez años intenté escribirlo. Estaba en un lugar un poco oscuro, pero creo que ese momento no tenía el enfoque ni el talento para escribir una obra. Como que no había andado ni vivido lo suficiente como para contar algo. Era más inocente en esa época. Cuando por fin crecí y cambié creo que ya era el momento para recolectar todos mis conocimientos y lecciones y juntarlo en una novela.

    ¿Está basado en hechos reales?

    No, Don’t Blink es mi manera de intentar enseñar las virtudes del estoicismo y de la psicología sin que sea un libro de estos de autoayuda, que suelen aburrir. Yo creo que si lees un libro en el que te implicas con el protagonista, lo ves vivir y crecer, esa evolución, tiene más impacto que el de uno que te dice que limpies tu habitación y pongas orden en tu vida.

    ¿Cuál es el mensaje que querías trasmitir?

    Es el poder de crecer a través de los cambios, aunque no todos los cambios lleven al crecimiento.

    ¿Crees que lo has logrado?

    Diría que sí.

    Originalmente está escrito en inglés, ¿tienes pensado traducirlo al castellano?

    Sí, para llegar a más gente.

    ¿Cómo me venderías Don’t Blink?

    Si tuviera que vendértelo sería un Swort Art Online meets The Midnight Library.

    Inciso: Swort Art Online, también conocido como SAO son una serie de novelas ligeras japonesas en las que los protagonistas se quedan atrapado dentro de un videojuego.

    The Midnight Library de Matt Haig, traducida en castellano como La biblioteca de la Medianoche, es un libro en el que se explora el ¿y si hubiera hecho x? de la protagonista.

    ¿Escribirías una secuela aprovechando ese mundo virtual?

    Creo que no. Para mí el libro no da para secuelas ni precuelas, creo que arruinaría el estilo. No veo la necesidad de hacer otro. Tal vez podría hacerlo más largo, como una versión extendida.

    ¿Tienes nuevo proyecto a la vista?

    Estoy escribiendo un libro de ciencia ficción. Va a ser más lineal, con una estructura un poco más clásica. Tengo previsto que esté listo a finales del año que viene.

    Don’t Blink está disponible en Kindle y en tapa blanda.