Así como están las cosas, lo más probable es que esta sea la última noche que duerma con mi madre, al menos en casa. De cada día está peor, más débil y más ida. Ya no hay calidad de vida, ahora ya no. Y por mucho que quiera que esté siempre a mi lado tengo que dejarla ir, porque así no puede vivir. No vive como me gustaría. Por gustar, me gustaría que nunca hubiera tenido cáncer o que por lo menos fuera de los de fácil solución. Pero no. Sé que no me lo tengo que meter en la cabeza, pero le ha tocado todo lo peor. El cáncer de mama, chungo. Las metástasis, chungas.
A decir verdad no sabemos cómo están las cosas por dentro, sólo cómo está el cerebro. Todo se resume en una palabra: Mal.
Y aunque lo supiera, no ha sido hasta esta mañana que he sido consciente de esto. Mi madre se va, se apaga y no puedo hacer nada más. He ido tanto tiempo en piloto automático, viviendo esta mínima estabilidad que ha tenido hasta hace poco, que he ido enterrando en mi mente que en algún momento mi madre se iría, que el plazo que nos dieron los doctores de Valencia llegaría. En junio nos dijeron que podía ser cuestión de días, semanas o meses, entre diez días y tres meses. Ese era el plazo. Estamos fuera de plazo. Hoy hace cuatro meses y dos días que nos marchamos de Valencia. Ha pasado un buen verano dentro de lo que cabe. Pisó Mallorca y se recuperó. A lo mejor estos meses han sido este último empujón.
Mañana me llamarán y miedo me da como se desarrolle el día.
Ahora poniendo la fecha me he dado cuenta del día que es. 18 de octubre. Queda un mes justo para mi cumpleaños y tiene pinta de que será el primero sin mi madre.
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